el estanque

Perdí mi bombacha preferida. No recuerdo donde. Pero eso nunca fue un trauma, no recordar donde dejaba mi sexo. Me era fácil huir por la ventana a la mitad de la noche. Huir en taxi. Rezarle a todas las putas vírgenes, para asegurar que volviera sola a casa, sin reniegos, sin torpezas, sin sorpresas. La sorpresa siempre es indeseada cuando no querés ser recordada el día después.

Perdí mi bombacha preferida, y con ella perdí la credulidad de creerme solemne. Náuseas. Ese sentimiento de basca que me perseguía como persecusión de amantes rechazados.

Perdí mi bombacha preferida, y con ella perdí la cursada del primer cuatrimestre de la Universidad. La gente que lee siempre me abruma. Es sentir que no leíste lo suficiente, que no comprendés el mundo, tal cual lo comprenden ellos. No. Es verdad. No lo comprendo. No comprendo cómo me fallaron las sumas de los días, ni por qué en la teoría del cosmos, nunca nadie adicionó algún apartado que diga esto: en algún momento vas a tener que equivocarte en la fórmula.

Perdí mi bombacha preferida, y perdí también la esperanza de desear ser madre. Porque seamos realistas. Todavía soy muy joven para escuchar llantos de noche. Y sin embargo, no he pasado ni una noche en la que mi llanto no moje la almohada.